No soporto que me ignoren. Me duele el rechazo, pero me duele más el vacío. Imagino que ella está bebiendo zumo de naranja sin filtrar, y que sus aparatos se llenan de hebras de pulpa. Nunca puede terminar de limpiarlos.
Sigo insatisfecho, así que imagino que sale a la calle y yo la engaño con algún pretexto para que se agache junto a mi bicicleta. Entonces le engancho los aparatos a los radios de la rueda de atrás. Me monto y pedaleo fuerte, arrastrándola.
Aún estoy disfrutando de sus gritos imaginarios cuando oigo una voz. Vuelvo a la realidad y me la encuentro delante, a menos de medio metro, mirándome con esos inquietantes ojos verdes. Sin querer, doy un respingo.
Ella me sonríe y me pide que la acompañe a la Armería. Sabía que ibas a echar de menos mis fuertes brazos, nena. Todas vuelven. Sonrío y asiento.