martes, diciembre 23, 2008

Chapuza con lencería (Fiesta de chicas II)

Nada más entrar en el banco las cosas se tuercen. En la confusión de la entrada, el director, dos empleados y al menos uno de los guardias se encierran en un despacho, haciéndose fuertes y llamando a la nacional.

- ¡Dame ya la pasta, guarra! - chilla Rachel a la cajera, histérica.

La recortada no invitaba al optimismo, así que la chica, hecha un mar de lágrimas empieza a sacar billetes.

- ¡Rosa Tres, trae la bolsa!

- ¡Creía que la llevabas tú! ¡Además, yo a estos - una fila de clientes y un guardia estirados boca abajo en el suelo - no les quiero quitar ojo. ¡Mételo en sobres, o algo!

- ¡Que me des TODA la pasta, perra! ¡La de los otros mostradores también! - A Ramnia/Rosa Tres - ¿Qué hacen esos de ahí dentro?

- Llaman a la pasma, Jazmín Dos, qué coño crees que hacen! - Golpea el cristal de seguridad - ¡Eh, hijoputas! ¡El primero que salga se gana un viaje a la UCI con un kilo de plomo en la tripa!

Rachel/Jazmín Dos tira del pelo a la cajera, y le encañona la cara.
- ¡Esto es una mierda, te voy a volar la jeta!¡DONDE ESTÁ EL RESTO DE LA PASTA!

La cajera está tan histérica que no puede ni responder, sólo llora y suplica. Un tipo que está boca abajo, cerca, levanta la mano.

- Se... ¡señorita!

- Y a tí qué te pasa, ¿tienes pis? ¿Qué coño es eso de levantar el dedo?

Ramnia le encañona y le da una patada en los riñones, tipo "ni se te ocurra levantarte".

- ¡Augh! Que no hay más dinero, que está todo en el despacho, que no nos maten, por favoor...

- Menudo hombretón estás hecho. ¡Deja de llorar! - a Rachel - ¡que la pasta está encerrada en la oficina, que nos vamos niña, que llega la poli!

- Vale, cúbreme - mete los billetes en una media de rejilla bordada que se saca del bolsillo - ¡ya está, ahuecando!

Ramnia dispara dos veces al techo.

- ¡¡Si alguien se mueve antes de tiempo se gana un viaje solo ida al tanatorio!!

Salen corriendo hacia su coche, de fondo suenan las furiosas sirenas.

miércoles, diciembre 10, 2008

Amigo de Todos

Cada mañana, cuando me levanto a la carrera para ir a trabajar, me visto y desayuno de camino cualquier cosa. Bajo a la calle y me encuentro con Amigo de Todos. Amigo de Todos es un tipo un poco desastrado, de vaqueros raídos y pelo desordenado, que sin embargo luce una sonrisa hipnótica.

- ¿Tienes un cigarro?

Yo no fumo, y así se lo digo, pero no por eso deja de sonreír. Pierde su interés en mí y se fija el siguiente objetivo. Yo, por mi parte, sigo el camino al metro.

Y así durante dos semanas. Uno podría pensar que Amigo de Todos es un poco corto, porque cada día me pregunta a mí (¡¡a mí!!) si tengo un cigarro, y siempre le digo que no fumo. Pero yo no creo que le cueste aceptarlo, es simplemente sistemático. Va preguntando a cada uno de los viandantes, deslumbrándolos con su sonrisa.

El martes de la tercera semana, Amigo de Todos no está. Me subo al metro inquieto.

El miércoles tampoco aparece. Me paro en su esquina habitual y durante unos segundos escudriño los alrededores. Pero nada.

El jueves ya es una cuestión de salud: así como los toxicómanos necesitan su droga, yo necesito esa sonrisa, a ver si me entiendes, ¡¡la necesito!!
Pregunto en el bar cercano, pregunto en el metro: nada. Nadie conoce a Amigo de Todos, a nadie le suena, nadie sabe dónde está.

Viernes: nada de nada. Histérico tras dar una vuelta por el barrio intentando dar con él, me vuelvo para casa y llamo al trabajo para decir que estoy enfermo. Y lo estoy.

Un fin de semana de mil diablos: me atrinchero en la habitación, a la espera de que sea lunes. La mujer y los niños intentan convencerme, intentan entrar, llaman a mis padres, pero nada. Mi mujer es la primera esposa del mundo en ser enviada a dormir al sofá por su marido. Ser pionera no la hace muy feliz.

Lunes de nuevo: me visto con resquemor, desayuno un café ante la mirada de odio de toda la familia, bajo a la calle sin afeitar. Epifanía: Amigo de Todos está en su lugar de costumbre. Tembloroso, temiendo que desaparezca, me acerco a pequeños pasos. Sonríe.

- ¿Tienes un cigarro?
- ¡Claro que tengo un cigarro, hombre! ¡Toma!
- Gracias.

Continúo hacia el metro tarareando una alegre cancioncilla de anuncio. Hoy es, sin lugar a dudas, el día más feliz de mi vida.

miércoles, diciembre 03, 2008

Fiesta de chicas

Ramnia se volvió hacia el Temible Guardián, un perrillo de un palmo de largo, y le rascó amigablemente la cabeza.

- Vuelvo pronto, Asesino. Guarda el fuerte como tú sabes.

El perrillo se puso en posición de guardia y ladró para tranquilizarla.

- ¡Niñaaa, que no llegamos! - gritó la otra chica desde fuera, en el coche.

- ¡Cojo la pipa y unas bragas limpias y voy para allá!

Ramnia cerró el bolso rosa y salió sin apresurarse. Al fin y al cabo, los bancos no cerraban hasta las dos de la tarde, tenían tiempo hasta de tomarse un café, si querían. Claro que los nervios de Reichel no lo permitirían. Bueno, y los suyos tampoco, había que admitirlo. Atracar era un negocio muy serio. Daba dinero, pero era estresante.

- Ya estoy aquí - Ramnia se metió en el coche. Reichel arrancó y enfiló la calle principal refunfuñando.

- ¡Ya era hora, joder! - comentó, molesta - ¿has cogido la pistola y las máscaras o tendremos que parar a comprar un par de medias cutres?

- Que síii, que está todo. Si total, ¡siempre es lo mismo!

- Bueno, pero tampoco hace falta tentar la suerte. Ya sabes, entrar y salir, coger el dinero a mano ¡y salir por patas!

- ¿Quieres decir como cuando viene tu novio de visita?

Ramnia y Rachel llegaron a la puerta del banco riendo a carcajadas.

Sin embargo, el cielo nublado traía negros presagios.

martes, diciembre 02, 2008

De intercambio en la Gran Manzana

El otro día me estaba tomando unas pintas con mi amigo Ezequiel González, el Eze, y me explicó una aventurilla que tuvo hace años, cuando estaba de intercambio en Nueva York:

-Estaba en la comisaría, de acuerdo, llevaba dos horas en la sala de interrogatorios. Era un infierno, porque no sabía lo que le había pasado a la Yuli. Yo la había visto muy mal, todo sangre y cosa negra por el suelo, y tenía miedo por ella, tío, te juro que estaba acojonado. Entonces entra ese poli, cantando. ¡Cantaba, tío, cantaba!

- ¿Y qué cantaba?

- Joder, yo que sé... algo así como "polibueno, polimalóoo... polibueno polimaló, oh, oh, oh...", una cosa así. Lo hacen para ponerte nervioso, ¿sabes? pero no necesitaba molestarse. Iba vestido en plan guays, vaya de poli de película, con gafas guaiemsiei y sombrero de cauboy y todo. Muy chulesco.

- Vaya pintas...

- Los polis yanquis, los "hogs" son así, unos hijos de puta fascistas con bigote y pinta de marica trotón. Bueno, pues va y me suelta "Enhorabuena, tu puta está en el hospital, medio muerta. Casi eres libre."

- ¡Pero qué pedazo de hijoputa!

- Y yo, sabes, del rollo zen "Te está provocando, no caigas, eres uno con la naturaleza", moderando la respiración y tal. Total, que le respondí "Mecagoentuputavía cauboy Ayamdewalrus!!" y le regalé un buen par de puñetazos en la cara.

- ¿Ayamdewalrus?

- Sí, por el bigote... bueno, me desperté al cabo de un par de horas, en la celda, con una costilla rota y la cara hecha un mapa. Y me soltaron.

- Y la Yuli, ¿qué le pasó?

- Ni puta idea, tío, cogí el primer avión y me volví para casa.

- Bueno, seguro no le pasó nada.

- Ya te digo. Fuck the states y sus harrielsucios.

jueves, octubre 23, 2008

Los zombis y yo

Qué se le va hacer, me gustan los zombis. Cada uno tiene sus manías, y la mía son esos no-muertos que caminan lentamente buscando entrañas vivas que devorar.

Que sí, que tienen mala pinta, que lo admito, que son agresivos, que tienen poca conversación... ¡pero por lo menos van de cara, que es mucho más de lo que se puede esperar de mucha gente!

Y terror, terror... bueno, no es miedo, es respeto. Pero de verdad, que se les acaba cogiendo cariño con el tiempo. Es cuestión de irles poniendo nombre y apellidos.

Oye, y que si van vestidos con andrajos, y huelen mal, y manchan, pero que te ven y se acercan a saludarte, no como hago yo tantas veces, que veo a alguien, meto la nariz en mi libro ¡¡¡y me hago el loco!!! así, sin más, con impunidad...

Una cosa que tengo claro es que son mejores personas que muchos, y desde luego, son infinitamente más enrollados que yo.

Era un hombre joven pero un poco extraño

Era un hombre joven pero un poco extraño
que con sus manías recreaba el mundo.
En eso entró ella, la falda plisada
preludio de maremotos, de jarana tropical.

Él la vió y no se lo pensó: al oído
le recitó una vieja frase vieja
de las que no hacen historia,
sino que lo que hacen es vida.

"Todas las personas son iguales" exclamó,
y ella dió un gran salto, asustada y nerviosa.
"Todas las personas son iguales",
y ella le miró con rabia,y levantó el puño.

"Todas las personas son iguales",
y ella con desdén dió la vuelta y se alejó.
"Todas las personas son iguales",
repetía, y repetía, y repitió.

"Todas las personas son iguales"
dijo a la luna, dijo a la noche,
"todas las personas son iguales"
dijo a la luz de las estrellas fugaces.

"Todas las personas son iguales"
murmuró a las piedras,
y aún al polvo encima de las piedras.
"todas las personas son iguales"
susurró solo, como un faro en la tormenta.

"Todas las personas, menos tú."

domingo, agosto 03, 2008

Tirar la piedra y esconder la mano

Me molesta la gente que no da la cara
Anónimo

Lanzar un dardo y darle a un tipo en el ojo es un desafortunado accidente que puede ocurrirle a cualquiera: basta con que te sitúes en un pub inglés o irlandés, te encuentres en un estado etílico avanzado y alguno de tus ebrios amigos te rete a una partida de 301.

Por supuesto, en el momento en que vas a lanzar uno de tus últimos tiros, tras una hora de intentar darle a la diana, se cruza ante ella, camino del lavabo, un escocés gigantesco, de esos a los que las leyendas llaman "ogro pelirrojo de dos metros" o "comeniños furibundo". Le das en el ojo y él, con un gruñido, se tapa la cara con las manos.

Es entonces cuando debes salir corriendo para salvar tu vida: sus amigos, trolls culturistas como él, barbados y cabreados, enloquecidos por el alcohol, se levantan para abalanzarse sobre tí.

Por desgracia, el pub está lleno, por lo que debes sortear a tipos de color langosta cocida totalmente hipnotizados por el partido Vauxhall-Tottenham, locales con gafas de pasta que creen que es trendy beber cerveza a 5 euros la pinta y valkirias rubias que han desembarcado en la ciudad condal para despedir la soltería utilizando camisetas de lentejuelas y sombreros de cowboy.

Puede que huyas, puede que te detengan, puede que los trolls, la policía o incluso los dueños del bar te den tu merecido, pero la esperanza de continuar ileso hace que los hombres corran como liebres, se escurran como peces, y escapen como cobardes.

martes, julio 29, 2008

El día que le di su merecido al mundo

Cansado de llevarme palos, decidí ponerme mi máscara de luchador mexicano y salir a hacer justicia.

No sé si os he hablado de mi máscara... es plateada, con un dibujo tribal alrededor de los ojos. Parecida a la de El Santo, pero no igual.

El caso es que salí a la calle vestido con mi pantalón ciclista, mi máscara, mis chanclas, mi cadena de oro y nada más, dispuesto a enfrentar el mundo. Como no encontré entuertos, me subí al autobús. Me senté, y todo el mundo me miraba. A pesar de ir fresco empecé a sudar, inquieto.
Una parada después, subió un grupo muy grande de personas. Una de las cuales era una vieja cargada con la compra, que me miró, quizás con deseo. Deseo de mi asiento, claro. Se lo cedí.

- Gracias, muchacho, no dejes que nadie te llame payaso, eres un buen chico.

Volví a casa llorando de felicidad.

lunes, junio 16, 2008

Marooned (enmarronado)

Y a mí, enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo,
en la ladera de un monte
más alta que el horizonte.
¡Quiero tener buena vista!


Serrat en la radio, y yo en el Madison de Nueva York dándole una paliza antológica al malvado Iron Mike. Décimo round, y suena en la lejanía la dolorosa voz de mi madre:

- ¡Dagoberto! ¡Dagobertín! ¡Baja, que ya está la comida!

Intento una finta:
- ¡Ahora mismo voy mamá!

Ella me responde con un jab de izquierda:
- ¡Baja ahora mismo! ¡Que ya me conozco tus "ahoras"!

Opto por apelar a la verdad técnica:
- ¡Un momento, mamá, que son cinco minutos, coño, que le estoy dando la del pulpo a Tyson!

Mamá está cada vez más cerca. Suena la campana del undécimo asalto. Oigo la puerta intentando abrirse. Por suerte, utilizo un bloqueo sillil, como en las pelis de tiros.
- ¡No digas palabrotas! ¿Y quién es ese Taison? ¡Apaga la tele!

Contra las cuerdas, desesperado:
- ¡Que ahora voy! ¡Vete bajando! ¡Estoy ahí ya mismo!

No se puede engañar a una madre. Golpes en la puerta.
- ¿Has cerrado la puerta? ¡Que abras! ¿Estás tomando drogas, a que sí?

Bufff... miro hacia la puerta, mi madre ha conseguido desplazar la silla de un astuto golpe de hombro. ¡Quién dijo que las viejitas son débiles!
- Es un videojuego mamá, de boxeo.

¡Terror! Iron Mike ha aprovechado mi distracción para lanzar sobre mí una demoledora combinación de jabs, uppercuts, cortos, largos y medianos, y me está destrozando.
- ¡Joder, que me distraes!

Pero una madre es una madre:
- ¡Que no digas palabrotas, leñe! (golpe en la puerta)

Trato de liberar la puerta sin soltar el mando de la consola, pero no se puede huír del destino. Iron Mike se abalanza sobre mí y utiliza su ataque especial, masticándome la oreja con furor. Mi entrenador lanza la toalla, el árbitro suspende el combate por el título de los pesos pesados.
Descargo mi frustración contra mi progenitora:
- ¡Mira lo que has hecho, mamá! ¡Me ha costado días y días, horas de combates contra boxeadores palurdos, hasta conseguir que me acepten en una pelea por el título!
¡Y ahora estoy vencido y desorejado! ¡Has acabado con mi carrera!


Pero mi madre no está para hostias:
- ¡Bueno, pues ya lo harás otro día! ¡Ahora a comer, venga! ¡Que se enfría! ¡Hartita me tienes!

- Vaaale... ya voy.

Amiguitos, un consejo: no luchar contra vuestra madre. Siempre gana.

domingo, febrero 10, 2008

Pelear por nada

La tardenoche era aciaga en la cubierta del Mare Serenitatis: a más de quinientas millas naúticas de la costa de Brasil, la orgullosa nave se hundía sin remedio.
Macao recordaría, mucho después, ante una mesa bien servida de viandas y concurrencia, la pesadilla vivida.

"Había finalizado un largo turno, y apenas me había acostado a dormir, agotado, cuando empezaron a sonar chillidos que parecían presagio del juicio final. Salí a cubierta, tambaleándome, y la marinería al completo estaba allí, cuarenta personas divididas en dos grupos, asiáticos a un lado, europeos al otro, que se gritaban unos a otros como poseídos por el demonio. Pronto mutaron chillidos en golpes, comenzaron a brillar amenazadores cuchillos.

Los oficiales no aparecían.
Joao el portugués, que como yo se había quedado al margen, me explicó que el barco se hundía, y que no pudiéndose hacer nada, nuestros valientes oficiales y capitán habían bajado silenciosamente al mar la única lancha disponible y se habían dado a la fuga, junto con sus allegados.

Nos habían abandonado para morir ahogados. Y la multitudinaria pelea, que se volvía más violenta por momentos era una disputa para dirimir quién había agujereado el casco a hachazos, condenándonos a todos. Como si importara.
Los europeos siete u ocho españoles, cinco holandeses, tres o cuatro portugueses y algún otro habían acusado a uno de los filipinos, y pretendían colgarlo del palo mayor. Por supuesto, sus compatriotas no pensaban permitirlo.
Y allá estábamos Joao y yo, agazapados tras uno de los arcones de cubierta, viendo correr la sangre.

Íbamos a morir todos, pero por alguna estúpida ley humana no escrita, sólo unos pocos, acaso sólo el portugués y yo, queríamos intentar salvarnos."

miércoles, enero 16, 2008

Los tres monjes y la bota de vino

Marchaban tres monjes de vuelta a casa: habían bajado al mercado que se celebraba en el pueblo cercano, y volvían al monasterio de Santas Peñas, situado en lo alto de un escarpado risco. Por todo equipaje llevaban un gran odre de vino que habían comprado, e iban encarando con gran trabajo las rampas del camino.

El hermano más joven, Dionisos, que además de su inexperiencia vital portaba la pesada carga fue el primero en sembrar la duda.
- Qué os parece, hermanos, si en este mismo repecho hacemos un alto para reponer fuerzas. Y aprovechando el descanso, tomamos un trago de este vino, pues la tarde está calurosa y nuestras gargantas están bien secas.

Presto a respondióle el hermano Severo, el más venerable del monástico trio:
- ¡Vergüenza, hermano! -exclamó- Hemos gastado buenos sueldos de nuestra tesorería en comprar este magnífico vino con el que agasajar a las visitas de alcurnia. ¡Y sólo en virtud del calor y la inexperiencia puedo perdonar tamaña insolencia!

El hermano Dionisos calló y agachó la mirada, avergonzado que no arrepentido. Y fue el turno del hermano Demóstenes, famoso en todo el principado por su elocuencia:
- Hermano Severo, conteneos. Sin duda nuestro joven hermano ha obrado de manera irreverente, sin duda propia de su edad, y habeis hecho bien en reprenderle. - Dionisio bajó aún más la mirada - Y sin embargo, su insensatez contiene algo de involuntaria verdad: ¿Quién nos asegura hermano Severo, que el líquido de la bota no se ha agriado por el calor del sol y la tierra que hemos ido soportando hasta aquí?

- ¿Y qué sugerís vos, entonces? - preguntó el hermano Severo, frunciendo el ceño.
- Ni más ni menos que lo siguiente: uno de los tres debe probar el vino para comprobar que se encuentra en estado óptimo, y no entregar un producto agriado a nuestro querido aunque a veces poco comprensivo abad.
- Cierto, hermanos, muy cierto -expresó Dionisos- permitidme catar este néctar a mí, pues sin duda habrá trocado en vinagre. Con gusto me sacrificaré para mantener la paz y harmonía de nuestra morada.

- Mejor lo pruebo yo, hermano Dionisos - respondió Demóstenes - pues bien sabido es que sois aún joven para beber, y de ninguna manera puedo tolerar que us pudiera sentar mal tan reprochable producto.

- Lo probaré yo, hermanos -decidió Severo- pues cierto es que soy el más mayor, y el caluroso verano ha hecho mella en mi frágil cuerpo de anciano; y un líquido, incluso si es avinagrado, me ha de sentar bien.

Y dicho esto el hermano Severo se echó la bota al hombro y abrió el gollete, dispuesto a dar un buen trago de vino que calmase el calor y la sed, mientras Dionisos y Demóstenes lo miraban, envidiosos. Dionisos, siendo como era joven y aún vicioso, no pudo evitar tomarse una pequeña venganza, que quizás le habría de costar bien cara: no bien se puso Severo a beber, apretó con fuerza el otro extremo del odre, de manera que al anciano le entró de repente en la garganta un gran torrente de vino.
Severo se atragantó, y empezó a toser de forma descontrolada. Sus compañeros lograron calmarlo al cabo de un rato, y no bien se recuperó, Severo se tumbó sobre unos matorrales y de puro embriagado y agotado por el esfuerzo, quedó dormido. Dionisos y Demóstenes se miraron y de común acuerdo empezaron a beber tragos de vino para calmar el calor y la sed, primero uno y luego otro, en fraternal armonía.

El anochecer sorprende a los hermanos con la bota vacía y la mente turbia, despiertan a Severo, y se abrazan para seguir subiendo, imprudentes, el camino. En una curva maldita, uno de ellos resbala y caen los tres rodando ladera abajo, hasta llegar, de vuelta, al pueblo.
 
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